-Estás preciosa- me dijo.
Me besó, con esos los mejores besos que habían sobre la faz de la tierra, esos besos mañaneros que te quitan el hambre del desayuno.
Rozó sus pies con los míos, y de los fríos que estaban, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Le acaricié el rostro, mientras me escondía bajo las mantas.
Amaba cada parte de su cuerpo, y el aire que respiraba, sólo porque lo compartía con él.
Lo mejor era creer, que duraría toda la vida, para amanecer todos los días así.
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