¡Te amo coño!

lunes, 9 de julio de 2012

Algo ha cambiado para siempre.

Nunca había probado un final de verdad, así que no sabía cómo eran ni a qué sabían. Lo cierto es que antes había habido otros, muchísimos otros, pero supongo que esos finales no hacían honor a su nombre.

Ahora que ha pasado el tiempo he llegado a comprenderlo. Un final de verdad, un final de finales, es eterno y nunca vuelve a repetirse. Pensándolo bien, los finales se parecen un poco a los principios. Tampoco vuelven a repetirse jamás. Probablemente eso fue lo que lo estropeó todo, nuestro incansable afán por volver a ese punto. Ojalá lo hubiéramos sabido antes de perder el deseo, la atracción, la pasión, el amor y la inocencia por el camino.

Ojalá. Cómo odio esa palabra. Es la forma elegante que tiene la gente de decir que algo no tiene remedio. Y ciertamente no lo tiene. Y nos da igual. Porque esto es un final de verdad. Y ahora sé que un final de verdad es no saber de ti, es que no sepas de mí, y que ya no nos importe a ninguno de los dos.

Prefiero los principios. Cualquiera opinaría lo mismo que yo. Los principios siempre saben a algo. Los principios son dulces y adictivos. Los finales no. Los finales no saben a nada.
A absolutamente nada.

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