¡Te amo coño!

viernes, 23 de marzo de 2012

Bebida. Melancohólica.

Llego a casa después de una noche de humo, de ruido, de empujones y cien caras distintas, todas desconocidas. Debo ser rara, sé que lo soy. No me gustan esos sitios. Siempre llego peor de lo que estaba. Como ahora.

No aguanto los pies. Cierro la puerta. Paso la llave. Soy desconfiada. En esto sí. Puede que en lo demás no lo fuera siempre. Voy desmontándome poco a poco, aligerando parte de la carga que llevo encima y tirándolo todo al azar sobre las horrendas baldosas de mi horroroso hall. Ya recogeré mañana. Qué más da. No me molesta el desorden. Llaves, bolso, zapatos, pantalones. Todo al suelo mientras recorro el kilométrico pasillo que me lleva a la esquina de mi cama en la que me quedo sentada mirando al infinito –infinito que no habría sido más que una pared beige, de haber estado las luces encendidas-. Para pensar en ti no me hace falta encender las luces.

Este sería un buen momento para encender un cigarrillo, si fumara. O quizá para beber un trago más. Me molesta el pitido de los oídos. Y por qué no decirlo, me molesta también mi conciencia, mi orgullo y mi paciencia. Me pasa siempre que repaso esta historia, ya lo sabes. Las cosas no salen siempre como uno quiere. Me pregunto si de verdad tiene eso encanto. Me pregunto si de verdad voy a poder ocultar mi frustración. Me pregunto si va a pasárseme, de verdad. Recuerdo un beso. Uno dulce. No hay nada mejor para alimentar la melancolía antes de caer rendida entre las sábanas.

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